lunes, 29 de abril de 2013

Enfermedades, no personas

Ana.

Ella era la típica adolescente de instituto que no le gustaba llamar la atención. De pequeña había sido muy extrovertida pero, por cambios en su carácter, se volvío más introvertida, menos sociable.
Los insultos y el acoso escolar, por su diminuto sobrepeso, habían hecho que ella se planteará recurrir a métodos insanos.
Tecleó: "Métodos para adelgazar rápidos". Y por mala suerte, fue a parar a una página pro anorexia. La idea le pareció genial: Adelgazaría bastante y comería alimento pero poco.
Empezó así, pero la ansiedad por conseguir mejores resultados, hicieron que sus 500 calorías diarias, se reducieran a 100 calorías o ayuno.
Pero, ¿sabéis qué era lo peor de todo? Que al mirarse al espejo, veía una imagen muy desproporcionada de ella.
Una gran mentira.
Pasó de una talla 40-42 a la 34-36 en pocos meses. Sus padres se daban cuenta y le obligaban a comer.
Su estómago ya no consentía comida.
El ayuno se había convertido en su amigo.
Se relajaba escuchando: 'Edith B - Skinny' y lloraba.
Esa canción le bajaba el ánimo. El poco ánimo que le quedaba.
Pero un día, un desmayo, retrasos en la regla... hicieron que sus padres la llevaran al hospital y que éste la ingresará en el hospital.
Tubos se encontraban metidos en su nariz. Necesitaba nutrientes sino, podría haber consecuencias atroces.
Ella odiaba estar ahí, no la comprendían.
Antes de que estuviera rehabilitada, como era su cumpleaños, los doctores la dejaron salir con sus padres.
-¿Has visto que saco de huesos? Me da asco.
Eso fue lo que escuchó de un grupo de chicas que pasaban por su lado.
¿Por qué decían eso? ¿No se daban cuenta lo gorda que estaba?

Mía.

Ella era morena, ojos verdes, delgada y elegante.
Aparentemente la adolescente que todas querían ser.
Enérgica, divertida, alegre, extrovertida...
Nunca estaba triste.
Quedaba muchas veces a cenar con todas sus amigas y todas se quedaban impactadas por lo que podía comer y, a la vez, ser tan delgada y perfecta.
Terminaba la cena.
Llegaba a su casa, sus padres dormían, y gracias a Dios no había pasado más de media hora.
Entró al baño, se arrodilló delante del váter y metió dos de sus dedos de la mano derecha en la boca.
Una arcada.
Dos arcadas.
Y vinó toda la comida. Toda la cena con sus amigas.
Se aseguró de que no tenía más comida en el estómago y se dirigió hacía su habitación a admirarse de su esbelta figura en el espejo.
Todo era perfecto.
Los ojos, las piernas, los brazos... pero, algo no encajaba, mejor dicho, sus dientes y sus dedos.
Los dientes eran amarillos y podridos, y los dedos tenían morados por los esfuerzos de vomitar.

¿Qué he querido decir con esta entrada? Que 'Ana y Mía' no son personas, ni princesas ni tampoco son perfectas.
Es anorexia, y provoca miles de problemas, desde la caída del pelo a la muerte.
Es bulimía, y es muy peligrosa. Los jugos gástricos queman toda la garganta y los dientes se pudren.





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