jueves, 12 de junio de 2014

Tic, toc, tic, toc.


 

 7 a.m. La alarma empezaba a sonar. Los pájaros comenzaban a píar. La luna temerosa, se escondía. Todo el silencio de la noche desaparecía para dar paso a la ruidosa mañana.
Se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Empezó a observar cómo todo pasaba: los jóvenes, entre miradas, reían sin parar; las personas mayores los miraban, recordando su juventud; algunos bebés lloraban, pero ahí estaban sus padres para consolarlos.
Las calles olían a vida. Olían a miles y miles de historias, desde la más triste hasta la más bonita. Olían a preocupaciones, pero también a diversión. Olían a fracaso, pero también a éxito. Olían a nada, y a la vez olían a todo.
A medida que pasaban las horas, los rostros cambiaban, al igual que las historias: nuevos protagonistas y argumentos inundaban las calles.
Todo era tan perfecto. Todo era... vida. Con lo bueno y con lo malo, pero vida al fin y al cabo.
Después de todo un día, viendo como nueva vida crecía y como otra desaparecía, ella se preguntaba:  
                               '¿A qué oleré yo? ¿A vida? ¿A muerte? ¿O, tal vez, a nada?'

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