Ahí
me encontraba, en frente de aquel parque otra vez. Hiciera lo que
hiciera siempre acaba allí, parada frente a los columpios.
Sin
quererlo mi mente comenzó a viajar.
Viajé hasta mis cinco años con los que disfrutaba de aquel columpio como si estuviera hecho de oro.
Viajé hasta mis cinco años con los que disfrutaba de aquel columpio como si estuviera hecho de oro.
Llegaba
a mí la sensación de sudor frío que recorría mis manos debido a la
fuerza con la que apretaba el hierro de los columpios. Como aquella vez en la que no llegué a sujetarme suficientemente fuerte y acabé en el
suelo con un sonoro llanto que acabó en carcajadas.
Volví
otra vez. Ahora tan solo era un columpio más, un triste columpio
pidiendo a gritos que alguien disfrutara de él otra vez.
Qué
ironía. Recordar el pasado me hacía entrar en calor; era cálido.
Pero al verlo delante de mí, solo supe acertar una gama de colores
fríos.
Seguí
caminando por aquel parque que tantos momentos me había dado y que
ahora me echaba.
Qué
curioso era todo aquello. Sentir como antes bailaban las estrellas
para mí, como la luna me acariciaba tenuemente, y ahora únicamente alcanzaba a divisar un satélite y unas cuantas estrellas muertas.
Mi
mente volvió a irse. Regresó a las noches en las que, desde mi
habitación, observaba la inmensidad del universo. Me preguntaba
constantemente cómo sería el futuro, si encontraría el amor o si él me encontraría a mí; me preguntaba si algo en mí cambiaría. Me
preguntaba.
Ahora
tan solo era una viajera ansiosa de volver atrás.
'La
noche es solo para los valientes'. Pensé en más de una ocasión. Y
aquí estaba, de noche, andando por aquella ciudad y sin sentirme
valiente.
Ahora
solo me sentía una cobarde que intentaba camuflarse con el negro de
la noche.
Me
senté en un banco y contemplé los árboles y el pequeño jardín que
ante mí se levantaban, ahora sin vida y apagados. De pequeña solía
temer a los diminutos insectos que entre las hojas se escondían y me asustaban.
De
repente, sentí un cosquilleo. Una hormiga llena de coraje había
decidido escalar mi pierna. Naturalmente, no me asusté, tan solo la
cogí entre mis dedos y la observé detalladamente. Era tan delicada.
Cuidadosamente la deposité sobre la hierba del suelo.
Todo
parecía tan frágil esa noche.
'¿Qué
se supone que hago aquí?'. Me preguntaba constantemente.
Quise
en ese momento tumbarme a ras del suelo, húmedo por las gotas de
agua que se acumulaban sobre las hojas.
Desde
esa perspectiva el mundo daba mucho más miedo. Tan grande y extenso.
Un mundo que me esperaba impaciente como si fuera su única
visitante. Pero su única visitante no había encontrado aún el
camino hacia él.
Cerré
por un momento los ojos y acaricié el suelo y volvió a suceder. Mi mente me abandonó.
'¡Qué
frío hace!'. Me quejaba casi todos los días de invierno.
Siempre
he sido muy friolera, pero tenía fácil solución: cogía la
chaqueta con la que estuviera más abrigada y me acomodaba dentro de
ella esperando que me protegiera del frío.
Y fue precisamente ese momento, muriéndome de frío y con los pelos de
punta, cuando más viva me sentí.
Quién
iba a decir que, lo que me mataba e incomodaba hace unos años, ahora
me recordaba que estaba ahí, que era real.
Inspiré
profundamente y pude sentir cómo me fundía con la tierra, cómo
poco a poco no había un yo ni un eso sino un nosotros.
Y
decidí dejarme llevar un poco más. Decidí darme otra oportunidad
en aquel parque, en aquel mundo.
Pude
sentir palpitar las raíces de los árboles como en su día hizo mi
corazón.
Pude
oír los diminutos pasos de las hormigas que regresaban hacía su
hormiguero.
Pude
oler lo salvaje, natural y fresco de las hierbas.
Abrí
los ojos repentinamente y sonreí. Una pequeña sonrisa que adornaba
este cuadro tan deprimente que me había acompañado durante tanto
tiempo.
Volvía
a sentir los colores cálidos de este inmenso retrato. Volvía a salir
el sol nuevamente.
Decidí
cerrar los ojos otra vez y me permití soñar, reír, llorar,
sonreír.
Volvía
a participar en este mundo ajeno al mío anterior.
Volvía.
Qué intenso
ResponderEliminarParece casi una sinestesia
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