lunes, 29 de mayo de 2017

Colores cálidos para un cuadro pintado a escala de grises.


Ahí me encontraba, en frente de aquel parque otra vez. Hiciera lo que hiciera siempre acaba allí, parada frente a los columpios.
Sin quererlo mi mente comenzó a viajar. 
Viajé hasta mis cinco años con los que disfrutaba de aquel columpio como si estuviera hecho de oro.
Llegaba a mí la sensación de sudor frío que recorría mis manos debido a la fuerza con la que apretaba el hierro de los columpios. Como aquella vez en la que no llegué a sujetarme suficientemente fuerte y acabé en el suelo con un sonoro llanto que acabó en carcajadas.
Volví otra vez. Ahora tan solo era un columpio más, un triste columpio pidiendo a gritos que alguien disfrutara de él otra vez.
Qué ironía. Recordar el pasado me hacía entrar en calor; era cálido. Pero al verlo delante de mí, solo supe acertar una gama de colores fríos.
Seguí caminando por aquel parque que tantos momentos me había dado y que ahora me echaba.
Qué curioso era todo aquello. Sentir como antes bailaban las estrellas para mí, como la luna me acariciaba tenuemente, y ahora únicamente alcanzaba a divisar un satélite y unas cuantas estrellas muertas.
Mi mente volvió a irse. Regresó a las noches en las que, desde mi habitación, observaba la inmensidad del universo. Me preguntaba constantemente cómo sería el futuro, si encontraría el amor o si él me encontraría a mí; me preguntaba si algo en mí cambiaría. Me preguntaba.
Ahora tan solo era una viajera ansiosa de volver atrás.
'La noche es solo para los valientes'. Pensé en más de una ocasión. Y aquí estaba, de noche, andando por aquella ciudad y sin sentirme valiente.
Ahora solo me sentía una cobarde que intentaba camuflarse con el negro de la noche.
Me senté en un banco y contemplé los árboles y el pequeño jardín que ante mí se levantaban, ahora sin vida y apagados. De pequeña solía temer a los diminutos insectos que entre las hojas se escondían y me asustaban.
De repente, sentí un cosquilleo. Una hormiga llena de coraje había decidido escalar mi pierna. Naturalmente, no me asusté, tan solo la cogí entre mis dedos y la observé detalladamente. Era tan delicada. Cuidadosamente la deposité sobre la hierba del suelo.
Todo parecía tan frágil esa noche.
'¿Qué se supone que hago aquí?'. Me preguntaba constantemente.
Quise en ese momento tumbarme a ras del suelo, húmedo por las gotas de agua que se acumulaban sobre las hojas.
Desde esa perspectiva el mundo daba mucho más miedo. Tan grande y extenso. Un mundo que me esperaba impaciente como si fuera su única visitante. Pero su única visitante no había encontrado aún el camino hacia él.
Cerré por un momento los ojos y acaricié el suelo y volvió a suceder. Mi mente me abandonó.
'¡Qué frío hace!'. Me quejaba casi todos los días de invierno.
Siempre he sido muy friolera, pero tenía fácil solución: cogía la chaqueta con la que estuviera más abrigada y me acomodaba dentro de ella esperando que me protegiera del frío.
Y fue precisamente ese momento, muriéndome de frío y con los pelos de punta, cuando más viva me sentí.
Quién iba a decir que, lo que me mataba e incomodaba hace unos años, ahora me recordaba que estaba ahí, que era real.
Inspiré profundamente y pude sentir cómo me fundía con la tierra, cómo poco a poco no había un yo ni un eso sino un nosotros.
Y decidí dejarme llevar un poco más. Decidí darme otra oportunidad en aquel parque, en aquel mundo.
Pude sentir palpitar las raíces de los árboles como en su día hizo mi corazón.
Pude oír los diminutos pasos de las hormigas que regresaban hacía su hormiguero.
Pude oler lo salvaje, natural y fresco de las hierbas.
Abrí los ojos repentinamente y sonreí. Una pequeña sonrisa que adornaba este cuadro tan deprimente que me había acompañado durante tanto tiempo.
Volvía a sentir los colores cálidos de este inmenso retrato. Volvía a salir el sol nuevamente.
Decidí cerrar los ojos otra vez y me permití soñar, reír, llorar, sonreír.
Volvía a participar en este mundo ajeno al mío anterior.
Volvía.

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